AB InBev no ha escapado a las dificultades a las que se enfrentan las demás grandes cerveceras. En los seis primeros meses del año, el volumen de ventas cayó un 0,7%. En particular, el único segmento que creció fue el "no cervecero", compuesto esencialmente por refrescos y bebidas energéticas.

Sin embargo, las repetidas subidas de precios y el menor coste de la deuda -tras su reducción- permitieron que los beneficios antes de impuestos aumentaran un 24%. Se trata de una hazaña notable que merece ser aplaudida, sobre todo a la luz de los recientes reveses de Heineken.


El cambio tectónico en el mercado -marcado por la caída del consumo de cerveza y la feroz competencia de las cerveceras artesanales- llegó en el peor momento posible para AB InBev, críticamente endeudada tras su megaoferta por África y la adquisición de SAB Miller en 2016.

Tras un crecimiento externo sin precedentes, la necesidad urgente era reducir la deuda y mejorar la eficiencia operativa. Bajo la dirección de Michel Doukeris, que sustituyó a Carlos Brito, la relación deuda-capital se redujo a la mitad, y el beneficio operativo antes de amortizaciones y depreciaciones, o EBITDA, se redujo de casi 7 veces a 3,4 veces.


Sin embargo, el panorama general sigue siendo desigual. La rentabilidad se ha reducido en un tercio desde la adquisición del grupo sudafricano, y la rentabilidad en una cuarta parte. El año pasado, AB InBev también sufrió las consecuencias de una desacertada campaña publicitaria "woke".

El resultado fue una caída del 17% de los volúmenes en Norteamérica, su principal mercado. Doukeris contrarrestó rápidamente esta debacle firmando una asociación con la UFC y anunciando después un programa de recompra de acciones por valor de 1.000 millones de dólares.

Hará falta más que eso para volver al buen camino. Hace diez años, AB InBev era capaz de devolver 8.000 millones de dólares al año a sus accionistas. Este año, si todo va bien, probablemente será la mitad.