Este proceso interminable sigue tardando en dar sus frutos, aunque Citi parece haber vuelto por fin al buen camino. Tras dos décadas de malos resultados, muchos observadores habían llegado a creer que la mejor opción seguía siendo disolver el grupo y venderlo, pero el regulador veía las cosas de otra manera.
Nombrada en 2021 y procedente directamente de McKinsey, la directora Jane Fraser tenía, por tanto, mucho trabajo por delante. No tardó en reorganizar a la plantilla y las operaciones del banco. En banca minorista, Citi ya ha abandonado trece países, entre ellos China, India y el Reino Unido.
El grupo ha reducido costes y rediseñado su organización en torno a la división de servicios, la única realmente rentable, que representa una cuarta parte de las ventas pero la mitad del beneficio consolidado. Los partidarios de Fraser aplauden su estrategia racional; sus críticos, en cambio, no ven en ella más que una manipulación cosmética.
Los resultados del año pasado seguramente hagan sonreír a los favorables: el beneficio neto aumentó un 37% gracias a un riguroso control de costes y, como en JPMorgan, a los buenos resultados del segmento de banca de inversión, que compensaron una situación más deprimida en el segmento de banca minorista, lastrado por la falta de crecimiento y el aumento de los costes de financiación.
Citi mantiene más o menos en línea su margen de interés neto, maximizando los dividendos distribuidos por sus filiales y, al igual que JPMorgan, centrándose en los préstamos al consumo a través de sus tarjetas de crédito. Además, sus ratios de morosidad no aumentaron en 2024, a diferencia de los del banco que preside Jamie Dimon, quien tiene fama de ser muy exigente en la gestión del riesgo.
En cualquier caso, es de esperar que las circunstancias futuras no den la razón a los defensores de la teoría de la manipulación cosmética.
Sea como fuere, Citi sigue estando en el punto de mira del regulador, con el que el grupo mantiene una relación difícil. Sus sistemas de auditoría y de cumplimiento normativo reciben críticas con cierta frecuencia. Al mismo tiempo, al banco le cuesta optimizar su estructura de costes cuando tiene que invertir masivamente en la modernización de sus procedimientos. El año pasado, cometió infracciones por un valor de 136 millones USD.
Todos estos factores hacen que el problema de Fraser sea complicado de resolver. De momento se ha evitado lo peor, pero el paciente sigue en la mesa de operaciones y su rentabilidad no ha mejorado en tres años. Es muy posible que el tratamiento administrado no sea lo bastante potente para curar una enfermedad demasiado arraigada, dado que una cultura empresarial tóxica no puede reformarse con un chasquido de dedos.
El optimismo general sobre el sector bancario -que también debería ser una llamada de atención para los inversores- no dejó, sin embargo, en la estacada a Citi. Tras haber caído hasta 0,4 veces su ratio sobre fondos propios a finales de 2023, su valoración había repuntado hasta 0,8 a finales de 2024. Eso es tres veces menos que JPMorgan, pero la rentabilidad de JPMorgan es también tres veces la de Citi.
Hace treinta años, cuando el banco estaba dirigido por Sandy Weill (mentor, a la sazón, de Jamie Dimon), Citi era el banco más poderoso de Wall Street. Aquello quedó atrás, y ahora languidece. Esto podría dar a los accionistas de JPMorgan algo sobre lo que reflexionar…