Cuenta la leyenda que, hace miles de años, el rey Nabucodonosor II quiso hacer un regalo a su esposa Amitis. Para que no extrañase las montañas de su tierra natal, creó una ciudad llena de jardines en las que las plantas y los árboles crecían por todas partes. Hoy los conocemos como los Jardines colgantes de Babilonia.

Esta es solo una de las muchas teorías sin confirmar que intentan reconstruir la historia de la antigua ciudad de Babilonia. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que las paredes vivas eran parte habitual de los diseños arquitectónicos de diferentes partes del mundo en la antigüedad. Servían, al igual que hoy, para reducir la temperatura en el interior de los edificios, contribuir a la biodiversidad y aumentar la belleza de las calles.

En la actualidad, los jardines verticales y las cubiertas vegetales se presentan como una solución para aprovechar los beneficios de la naturaleza en las ciudades, mejorar su habitabilidad y contribuir a la adaptación al cambio climático. Aunque parecen soluciones novedosas, lo cierto es que ingenieros y arquitectos pueden echar la vista atrás para conocer el uso que se ha hecho de estas fachadas verdes a lo largo de la historia.

Los jardines colgantes de la antigüedad

Se cree que la construcción de los Jardines colgantes de Babilonia comenzó alrededor del siglo 6 a.C. a orillas del río Éufrates. No existen restos arqueológicos, pero algunos textos antiguos los describen como un vergel de plantas, palmeras y árboles que colgaban de las terrazas y cubrían techos y muros. El agua para regarlos se transportaba desde el río mediante canales y fluía también en fuentes que mantenían frescos los jardines.

Representación de los Jardines colgantes de Babilonia. Fantasy Art (Flickr)

Existe cierto consenso en la idea de que los cultivos con fines ornamentales (y no únicamente para producir alimentos) nacieron en la región histórica del Creciente fértil. Allí, en los territorios que se encuentran entre el nacimiento del Nilo y el oeste de lo que actualmente es Irán, las familias comenzaron a cultivar sus propios jardines privados. Estos no se limitaban a flores y plantas, sino que a menudo combinaban también piezas arquitectónicas, esculturas y fuentes.

Más adelante y en la región del Mediterráneo, griegos y romanos comenzaron a dar diferentes usos a las vides y otras especies de plantas. Además de cultivarlas para producir frutos, las plantaban con objetivos estéticos y para dar sombra en lugares en donde no es posible hacer crecer árboles. Esta costumbre se mantiene hasta hoy en día.

De Reino Unido a España

A lo largo de la historia, ha sido habitual que las viviendas de climas húmedos contasen con vegetación en sus muros. En Reino Unido, por ejemplo, la presencia de hiedras o rosas se ha considerado un símbolo de distinción en mansiones y grandes casas victorianas. También en Reino Unido, los setos vivos son considerados una herencia cultural y juegan un papel importante para preservar la biodiversidad y evitar la erosión del suelo.

Casa victoriana con hiedras en sus paredes. Victor Forgaks (Unsplash)

La tradición de mantener vegetación en los muros puede encontrarse también en algunas regiones del norte de España, como Galicia y Asturias. Más al sur, en donde las altas temperaturas obligan a encontrar soluciones para mantener frescas las viviendas, la vida social de las casas ha girado en torno a un patio central. En Andalucía, es habitual que estos patios cuenten con fuentes y paredes llenas de plantas que contribuyen a reducir la temperatura en los días más calurosos.

Soluciones para las ciudades del siglo XXI

En los últimos siglos, el desarrollo urbanístico ha propiciado que numerosas ciudades de todo el mundo se levanten como grandes bloques de cemento y hormigón, en los que apenas hay vegetación.

En 1938, el arquitecto y profesor estadounidense Stanley Hart White patentó una solución para crear jardines verticales a la que bautizó como Botannical bricks. Casi medio siglo más tarde, en la década de los 80, el botánico francés Patrick Blanc popularizó la idea de los jardines verticales. En 1988, colocó un primer muro vegetal en la Ciudad de las Ciencias y la Industria de París y, desde entonces, sus paredes vegetales se han incorporado a diferentes ciudades de Europa.

En las últimas décadas, el concepto es cada vez más común. Y es que sus beneficios van más allá de los que generaba hace siglos: hoy ayudan a limpiar el aire de contaminantes, reduciendo así los niveles de mortalidad; reducen el efecto conocido como isla de calor urbana y limitan también el consumo energético de los edificios, entre otros.

Además, mejoran la salud y el bienestar de ciudadanos que, en muchos casos, han olvidado los beneficios que tiene vivir en cercanía a la naturaleza. Algunos buenos ejemplos son los proyectos Vertical ForestING del arquitecto Steffano Boeri: una nueva generación de edificios que incluyen la naturaleza en su diseño. El primero se levantó en Milán en el año 2000 y cuenta con más de 15 000 plantas, cientos de árboles y arbustos.

Imagen del Bosque Vertical, en Milán. Zac Wolff (Unsplash)

Otros ejemplos de muros vivos que han dado la vuelta al mundo son los Jardines de la Bahía de Singapur, los que cubren la fachada de la Universidad del Claustro de Sor Juana en Ciudad de México o los que adornan el hotel Gaia B3, en Bogotá.

Imagen principal: Representación de los Jardines colgantes de Babilonia. Estudio de Arquepoética y Visualística Prospectiva (Flickr)

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