En primer lugar, el caso de la empresa recuerda furiosamente al de Boeing, en el sentido de que también aquí nos encontramos con una empresa dominante en una situación de duopolio -en su momento, se podría incluso decir que Intel tenía un monopolio- y con el propietario de un saber hacer soberano que pierde incluso su razón de ser a causa del capitalismo financiero exacerbado.
Al igual que el fabricante de aviones, Intel ha pasado demasiados años obsesionada con el reparto de dividendos a sus accionistas -hasta el punto de endeudarse peligrosamente, segura de que el futuro se parecería al pasado- más que con la innovación y la competitividad de sus productos.
Un deseo tan enfermizo de impresionar a los mercados financieros sólo podía conducir al desastre. Por desgracia, se trata de un corolario demasiado común de nuestra sociedad de comunicación continua e instantánea, cuando no de espectáculo.
En segundo lugar, a largo plazo, está claro que el destino de todas o casi todas las actividades hipercapitalistas es hundirse, incluso cuando parecen operar desde una posición de fuerza. El único contraejemplo que se me ocurre es el de los operadores ferroviarios canadienses.
En estas columnas, en el momento del nombramiento de Pat Gelsinger como director general, señalamos la dificultad que tendría Intel no para crear valor para sus accionistas, sino para no destruirlo. ¿Cómo amortizar 40.000 millones de dólares al año en gastos de capital -25.000 millones en activos fijos y 15.000 millones en I+D- cuando las ventas están estancadas y los márgenes en caída libre? La ecuación era casi imposible.
En tercer lugar, los famosos "MOAT" o pseudo ventajas competitivas sostenibles tan cacareados por los analistas y las comunicaciones financieras de ciertas empresas cotizadas son en realidad siempre más frágiles de lo que pensamos.
Hace quince o veinte años, era difícil imaginar una ventaja competitiva más inexpugnable que la de Intel, ya que nadie estaba en condiciones de desafiar al grupo no sólo por sus conocimientos tecnológicos, sino aún más por las economías de escala que posibilitaba la omnipresencia del famoso "Intel Inside".
Sin ánimo de ser excesivamente catastrofista, un ejemplo tan escalofriante podría dar que pensar a los accionistas de Visa y MasterCard...