Evidentemente, invocar a Microsoft en una columna sobre innovación digital puede parecer, en el mejor de los casos, un poco atrevido y, en el peor, incongruente. Antepasado del sector, el grupo de Redmond parece vivir en la opulencia indiferente de la renta que ha heredado de su dominio durante décadas de la informática y la ofimática mundiales. Pero esto sería olvidar demasiado pronto que hace falta una considerable capacidad de adaptación para mantener a raya a la feroz competencia. Además, si Microsoft nos interesa hoy, es porque la empresa está en el centro del giro hacia la inteligencia artificial que la humanidad parece destinada a tomar.

Garantizar el acceso a una tecnología disruptiva

Microsoft tiene una capitalización bursátil de algo más de 2 billones de dólares y un beneficio neto anual equivalente al PIB de Eslovenia. Es una auténtica máquina de generar efectivo, con un modelo de negocio bien conocido que busca diversificarse.

La mayor inversión reciente, si excluimos la saga Activision Blizzard cuyo desenlace es incierto, fue en OpenAI, la empresa matriz del ya famoso chatbot ChatGPT. Microsoft, que ya había pagado una entrada anticipada de 1.000 millones de dólares, puso 10.000 millones sobre la mesa para "garantizar que estos beneficios se compartan ampliamente con el mundo", como pretendían expresar los comunicadores del grupo en un gran estallido de marketing universalista. En realidad, se trata sobre todo de asegurarse un acceso privilegiado a una tecnología disruptiva. Microsoft pone su dinero y su enorme capacidad de cálculo al servicio de OpenAI sobre la base de una asociación exclusiva, a cambio de la cual disfruta de los desarrollos comerciales generados por la IA.

Un quinqua todavía mordaz

De momento, el sector se blinda ofreciendo a los ciudadanos de a pie pequeñas ventanas a la suma de posibilidades: ChatGPT, Bard, Midjourney, DALL-E, etc. permiten codearse con este nuevo universo... En segundo plano, miles de ingenieros trabajan en el próximo movimiento. Decenas de miles de desarrolladores buscan soluciones. Y cientos de miles de usuarios están entusiasmados o desesperados con lo que están descubriendo. Microsoft, por su parte, está lanzando pruebas. Utilizando su combinación de navegador y buscador Edge/Bing, que reaparece tras vivir a la sombra de Chrome y Google durante mucho tiempo. O integrando nuevas funcionalidades en su suite Office. Pruebas concretas que no han pasado desapercibidas, tanto que han provocado una batalla de ingenio entre los gigantes de Silicon Valley, que de repente han tomado conciencia de la ventaja que parece acumular la -casi- cincuentona.

El nuevo western

Es demasiado pronto para juzgar los posibles beneficios financieros, pero parecen considerables. Para los inversores tentados por la aventura de la inteligencia artificial, Microsoft tiene tres ventajas esenciales. En primer lugar, es una empresa con una gran solidez y puede invertir mucho. En segundo lugar, parte con ventaja por estar en el lugar adecuado en el momento oportuno, gracias a su olfato o a su suerte, o más probablemente a una combinación de ambos. En tercer lugar, dispone de las herramientas y la red de distribución necesarias para garantizar un despliegue eficaz y rápido de las soluciones basadas en esta tecnología.

Estos activos parecen esenciales para evolucionar con serenidad en un mundo que se asemeja a un nuevo Salvaje Oeste "Far-West". Los retos que plantea la inteligencia artificial se vienen debatiendo desde hace mucho tiempo, pero nunca han sido tan concretos como a partir de 2023, porque el gran público los ha probado. Hay tantas zonas grises que sería tedioso mencionarlas todas. Pronto surgirán intentos de regulación y cuestiones de propiedad intelectual. ¿Tendrán algo que decir en la apisonadora? Estamos hablando de inteligencia artificial, no de Microsoft. Aunque.