Prueba de ello es su estratosférica rentabilidad por dividendo, más cercana a la de un título de deuda junior cuando el acreedor se encuentra al borde de la quiebra que al de una acción ordinaria, incluso en un sector en graves dificultades.
Nombrada la pasada primavera, la nueva directora general —la quinta en tres años—, Magda Chambriard, se ha comprometido a repartir entre 45.000 y 55.000 millones USD en dividendos durante los próximos cinco años, con un margen adicional para distribuciones especiales de 10.000 millones USD si es posible.
Estas cifras llaman la atención si se comparan con la capitalización bursátil de Petrobras, 72.000 millones USD, y su valor empresarial, 129.000 millones. Tal valoración refleja la extrema desconfianza de los inversores hacia el presidente brasileño Lula, que también se ha impuesto como presidente de facto de la petrolera.
De hecho, el Gobierno brasileño controla el 37% del capital del grupo, así como el consejo de administración y la mitad de los derechos de voto. Quienes ven el vaso medio lleno recordarán que él es el principal beneficiario de los repartos de dividendos de la joya de la corona nacional y que, por lo tanto, no le interesa que estos disminuyan.
La realidad es menos evidente. No hace falta recordar que las desviaciones masivas de fondos y las medidas de protección del poder adquisitivo sobre los combustibles y otros productos transformados ya le han costado decenas de miles de millones a Petrobras, al tiempo que reportaban votos a Lula, admirador confeso de Mao Zedong y Hugo Chávez.
Por otra parte, durante el anterior mandato del interesado y el de su sucesora, Dilma Rousseff, el Gobierno brasileño obligó a Petrobras a invertir en todos los ámbitos, a menudo sin tener en cuenta su rentabilidad. Algunos veían en ello una forma de ofrecer puestos de trabajo y cargos directivos a los políticos locales afines, así como de fomentar la corrupción a todos los niveles.
En los últimos años, Petrobras había vuelto a centrarse en su segmento más rentable, la producción mar adentro, y había emprendido varias ventas de activos para reequilibrar su balance. El muy respetado Jean Paul Prates quería continuar con esta estrategia; su obstinación le ha costado, al parecer, el cargo.
Su sustituta, Magda Chambriard, se ha alineado completamente con la estrategia dictada por el jefe del Estado brasileño. Así, promete una Petrobras «lo más grande posible» y diversificada en nuevos sectores de actividad. Este cambio de rumbo, como se aprecia en la evolución de la cotización bursátil, ha disgustado singularmente a los inversores.
Sin embargo, es posible que algunos vean aquí un rendimiento por dividendo lo suficientemente atractivo como para compensar el riesgo.