A pesar de su precaria solvencia durante casi toda su historia, Telefónica se endeuda a un precio apenas superior al del Tesoro alemán (el bono alemán está al 2,6%) y, en cualquier caso, inferior al del Tesoro estadounidense, cuyos bonos a diez años se sitúan actualmente al 4,6%.
Esta hazaña se debe en gran medida a los fondos soberanos español y saudí, que han tomado una participación del 10% cada uno. El papel estabilizador desempeñado por estos fondos ha surtido efecto, y no sería de extrañar que se repitiera la fórmula.
Telefónica, como se sabe, ha tenido un comportamiento bursátil catastrófico en las dos últimas décadas. La operadora genera la mitad de sus ventas en Latinoamérica, donde la hiperinflación se come sus beneficios casi al segundo de obtenerlos.
Su beneficio de explotación se ha dividido por tres en veinte años. La optimización de la cartera de activos ha hecho poco para frenar la erosión del flujo de caja libre potencialmente disponible para redistribuir a los accionistas, mientras que la deuda neta sigue representando cuatro años de EBITDA (sin contar 2015, al nivel más alto desde 2005).
Con las ratios de endeudamiento en máximos históricos y los costes por intereses consumiendo casi todo el beneficio operativo después de amortizaciones, era de esperar que la subida de los tipos de interés comprimiera aún más el poco flujo de efectivo distribuible que quedaba. La llegada de los nuevos accionistas cambió todo eso.
Sin embargo, los márgenes de Telefónica son muy inferiores a los de Orange o Vodafone, por citar solo dos ejemplos. Los dividendos se han reducido a la mitad en diez años y siguen bajo presión estructural.