El gigante de la distribución registró un beneficio ajustado de 0,61 USD por acción, ligeramente por encima del consenso (0,58 USD), y una facturación total de 165.600 millones USD, lo que supone un aumento del 2,5%. Las ventas comparables en Estados Unidos aumentaron un 4,5%, impulsadas por el aumento de las transacciones y los volúmenes. El comercio electrónico sigue su auge con un crecimiento del 21%. Por lo tanto, todos los indicadores de actividad son sólidos.
El problema no son las cifras, sino lo que las rodea. Walmart ha decidido no dar perspectivas para el segundo trimestre, algo poco habitual en la historia del grupo. La dirección se ha mostrado muy cautelosa, evocando las incertidumbres que rodean los aranceles impuestos por la Administración de Trump en el marco de las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos. El director ejecutivo, Doug McMillon, y el director financiero, John Rainey, han sido claros: incluso reducidos, estos aranceles tendrán un efecto inflacionista que Walmart no podrá absorber por sí sola. Se esperan subidas de precios a partir de finales de mayo.
A pesar de todo, el grupo confirma sus objetivos anuales —un crecimiento de entre el 3 y el 4% de las ventas y un beneficio ajustado de entre 2,50 y 2,60 USD—, pero reconoce que el entorno sigue siendo «extremadamente inestable».
Por lo tanto, hoy los resultados pasados no dictan tanto la tendencia bursátil de Walmart como los obstáculos a corto plazo. En un momento en el que la visibilidad macroeconómica se deteriora y el consumo comienza a ralentizarse, los inversores son sensibles a cualquier foco de incertidumbre. Walmart sigue siendo un actor muy sólido, incluso imprescindible, en la gran distribución estadounidense, pero las próximas semanas se anuncian difíciles de gestionar, especialmente si las subidas de precios afectan a la afluencia de clientes.