Un repaso histórico

Pensar en el destino de Wework es pensar en Adam Neumann, su principal valedor y proveedor. Sin este empresario de larga melena negra y sonrisa cautivadora, la empresa probablemente nunca habría alcanzado las cotas de notoriedad que tiene.

Echemos un vistazo al contexto de entonces. En 2010, la economía mundial aún no se ha recuperado del todo de las réplicas de la reciente crisis financiera. En Nueva York, el panorama financiero es sombrío. Muchos edificios de Manhattan han sido abandonados y han quedado vacíos. Los precios inmobiliarios estaban por los suelos. Neumann tuvo una idea: poner estos espacios vacíos a disposición de empresas y jóvenes emprendedoras, invitándolas a avanzar y evolucionar hacia un objetivo común: el trabajo comunitario. Reunirse en un lugar donde pudieran inspirarse unas en otras, ayudarse mutuamente y trabajar más duro mientras disfrutaban dedicando tiempo a su actividad profesional... Sí, el lanzamiento está cuidadosamente elaborado. La narración es perfecta, la idea se describe como revolucionaria. El panorama profesional está a punto de dar un vuelco y transformarse para siempre. Las oficinas clásicas y los lúgubres espacios abiertos serán cosa del pasado. Suena casi sectario, ¿verdad? Pero la revolución está en marcha. Los discursos triunfales de Neumann van acompañados de un acto de recaudación de fondos tras otro. El cuento de hadas va tomando forma. El grupo bancario japonés Softbank invirtió 4.400 millones de dólares en 2017. Los comunicados de prensa de la empresa hablan de un crecimiento deslumbrante. Los fondos de capital riesgo casi se pelean por añadir unos cuantos millones de dólares a WeWork y poder presumir de formar parte de la nueva historia. Los otros financieros, los del mundo bursátil, solo esperan una cosa: la OPV.

Un cambio brusco con el proyecto de OPV

Wework tenía todos los ingredientes para salir a bolsa con éxito: un crecimiento sólido y una estructura de costes relativamente controlada, la confianza de sus inversores y una gestión competente, encarnada por un hábil dúo directivo.

La salida a bolsa suele planearse cuando la empresa ha alcanzado cierta estabilidad en su estructura global. Cuando las condiciones del mercado son favorables, esto resulta aún más ventajoso (tipos bajos, sólida reputación entre los inversores, etc.). En este contexto, WeWork anunció su intención de salir a bolsa en agosto de 2019. En ese momento, la empresa estaba valorada en 47.000 millones de dólares, mucho más que empresas como Airbnb, SpaceX o incluso Stripe, la plataforma de pagos estadounidense.

Pero las normas para hacer público el capital son estrictas. Sobre todo en Estados Unidos. Las cuentas deben hacerse públicas, así como el patrimonio de la empresa, la remuneración de los socios, etc. Y entonces llegó el shock. Los documentos reglamentarios publicados por la empresa revelan disfunciones importantes, errores estratégicos y operativos y falta de veracidad en los comentarios de la empresa. Los niveles de endeudamiento son abismales y las pérdidas se sitúan en niveles asombrosos (690 millones de dólares en el primer semestre de 2019 y 3.000 millones en los tres años anteriores). La asignación de capital también es muy dudosa: Neumann ha iniciado algunas inversiones descabelladas, tomando participaciones en una empresa que fabrica piscinas de olas cubiertas y otra que pretende crear superalimentos, una especie de proyecto sobre la comida del futuro. WeWork ha llegado incluso a crear una guardería, con el objetivo de desarrollar el espíritu emprendedor de los niños pequeños, todo ello por una suma anual de 48.000 dólares. También nos enteramos de que Neumann creó un trabajo más o menos ficticio para su mujer y que organizó seminarios muy... especiales. El jefe llegó incluso a cobrar a su propia empresa por utilizar la palabra "nosotros", con lo que obtuvo 5,9 millones de dólares por su uso personal de la marca. Me quito el sombrero ante el artista.

Al final, la realidad alcanzó a WeWork y a su excéntrico fundador. El objetivo de la OPV no era mostrar una empresa que prosperaba, sino salvar el pellejo de un modelo basado en una utopía, propulsado a la cima por la excesiva afluencia de dinero de fondos en busca de un nuevo unicornio prodigioso (es decir, una start-up valorada en más de mil millones de dólares).

De la noche a la mañana, WeWork pasa de ser una de las empresas más prometedoras de Wall Street a un engaño orquestado por un individuo con dotes para la oratoria. Los inversores se sintieron engañados. Al final, Wework no era más que otro protagonista con el delirante deseo de revolucionar la propiedad comercial. La start-up no ofrecía otra cosa que alquilar locales y luego subarrendarlos a otras personas, haciendo negocio con el margen entre ambos precios. Nada nuevo bajo el sol...

La salida a bolsa se aplaza hasta una fecha posterior. El consejo de administración obtiene la dimisión de los dos fundadores -sin olvidar a Miguel McKelvey, más discreto pero igual de implicado- con un suculento cheque de indemnización de 1.700 millones de dólares para Neumann. La valoración de WeWork se desplomó rápidamente, mientras Softbank, el accionista mayoritario, seguía inyectando fondos en la empresa, que ahora lucha por evitar la quiebra.

Se nombran dos nuevos directores: Sébastien Gunningham y Artie Minson. Sus medidas fueron inmediatas y drásticas: se cerró la Ecole Chimérique, se vendió el jet privado de Neumann, valorado en 60 millones de dólares, y se despidió a más del 20% de la plantilla. Pero ¿cómo podía la empresa mantenerse a flote cuando ya no podía pagar las indemnizaciones de sus 2.400 empleados despedidos? La única solución viable para salvar la empresa era su salida a bolsa. Esta tendrá lugar en octubre de 2021, con una valoración cercana a los 8.000 millones de dólares. El colosal respaldo de Softbank y los 1.300 millones de dólares recaudados con la OPV dieron esperanzas a los inversores de que la reestructuración era posible.

Wework nunca ha sido rentable. La tasa de ocupación de sus subarriendos es sólo del 73%. La empresa sigue quemando demasiado efectivo, y en sus últimos resultados trimestrales advirtió de un riesgo potencial de quiebra. A esto se añade el aumento de la competencia, con los decepcionantes pero mucho más estables resultados de la británica IWG.

La empresa sigue perdiendo dinero. Observe la línea de flujo de caja libre (free cash flow) en la parte inferior.

La cotización de la empresa se ha visto incluso relegada al nivel de los "penny stocks", es decir, los valores que cotizan a menos de 1 dólar, la mayoría de los cuales han quedado relegados a la categoría de actores olvidados, de los que ya no se puede hablar porque la situación se ha vuelto tan calamitosa, precaria y arriesgada. Por otra parte, Wework ha anunciado que dividirá sus acciones en 40 unidades, una medida destinada sobre todo a evitar su exclusión del Nasdaq, más que a crear una ilusoria apariencia de estabilidad.

Un poco de moral a modo de conclusión

La lección que hay que aprender de este caso es que en el mercado de valores, como en cualquier otro lugar, no basta con tomarse al pie de la letra la retórica omnipresente o dejarse guiar por las estrategias de marketing desplegadas para formarse una imagen precisa de una empresa o de una situación. Es cavando más hondo, analizando por qué una determinada empresa hace hincapié en un elemento concreto en lugar de en un criterio particular, tratando de comprender la verdadera fuente de la explicación y formándose una opinión personal como los inversores pueden esperar darse la mejor oportunidad de realizar un análisis acertado. Adam Neumann no es el primero que quiere revolucionar nuestro modo de vida. El asunto Wirecard, con Jan Marsalek -que sigue prófugo- y Markus Braun al frente, es uno de los ejemplos más sonados. Se suponía que esta plataforma de pago iba a transformar nuestra forma de comprar. La empresa llegó a cotizar en el Dax, aunque la mitad de su balance era ficticio. Además, la aparición de una nueva tecnología o un nuevo proceso siempre es posible. La aparición de la IA es probablemente el ejemplo más concreto de los últimos tiempos. Pero tenemos que aprender a clasificar todo lo que se nos propone para evitar dejarnos embrujar por este tipo de negocios.

Sea como fuere, Adam Neumann y Miguel McKelvey parecen haberse lanzado ya a la conquista de algo más. El primero ha lanzado Flowcarbon, una empresa que opera en el mercado de créditos de carbono a través de criptomonedas. El segundo ha comprado la marca de ropa American Giant, ha lanzado una marca de zapatos y ha creado una red social para usuarios mayores. Queda por ver si han utilizado las oficinas de Wework, que son lugares estupendos para compartir ideas, para idear estas iniciativas...

Clasificaciónes Surperformance de WeWork Inc