A excepción de la consolidación lograda en las dos últimas sesiones, el Nikkei lleva diez días a reventar. El índice japonés marcó el martes por la mañana un máximo de 33 años, 31.352 puntos, alcanzado por última vez en agosto de 1990, y ha ganado un 18% desde principios de año, ofreciéndose así el lujo de superar al S&P 500.

¿De dónde procede este fuerte flujo de compradores? Principalmente del extranjero. Inversores de todo el mundo, escaldados por el actual entorno económico, han desplazado su capital, atraídos por los esfuerzos de la Bolsa de Tokio para reformar el gobierno corporativo e inspirados por la reciente atracción del Oráculo de Omaha por los valores tecnológicos del archipiélago.

En un mundo en el que Estados Unidos lucha con su deuda, China con Estados Unidos, Europa con sus vecinos y el Reino Unido con Europa, Japón es también un El Dorado protegido de las convulsiones geopolíticas y de los caprichos de la banca central. Por fin, los (todavía) bajos tipos de interés, la inflación moderada y la debilidad del yen han convencido a los últimos resistentes.

Y hay mucho que atraer. Warren Buffett, a través de su vehículo de inversión Berkshire Hathaway, ha anunciado que ha aumentado sus participaciones en las cinco mayores casas comerciales japonesas: Itochu, Marubeni, Mitsubishi, Mitsui & Co. y Sumitomo, hasta cerca del 7%. El inversor no descarta aumentar aún más su participación en estos grupos, y confiesa también su interés por otras empresas japonesas. En Japón, es Warren Buffett hasta el final.

(Y ya que me habéis perdonado este burdo juego de palabras, aprovecho para señalar a las nuevas generaciones que lean esto que la interjección Kamehameha representa el grito de guerra de una técnica de lucha de Dragon Ball Z -un dibujo animado japonés que marcó mi infancia- y que el principal representante de la serie es Son Goku, el personaje en el que nos inspiramos para el dibujo de hoy).

Buffett en Japón: ¡Kamehameha!