En pocos años, Elon Musk ha adquirido notoriedad mundial gracias al éxito de sus empresas, Tesla, SpaceX y Neuralink, pero no sólo. El multimillonario también ha construido su aura haciéndose el guay, apareciendo fumando un porro en televisión en directo, bromeando sobre sus numerosos hijos fruto de relaciones extramatrimoniales o afirmando que no cobra por su papel de consejero delegado en Tesla. Un anticonformismo que parecía bienvenido en el paisaje de los grandes jefes del Nasdaq. 

Pero la otra cara que el caprichoso empresario ha estado revelando últimamente es mucho menos atractiva. Desde que se hizo con el control de la red social Twitter (e incluso antes), han aparecido grietas en el disfraz del hombre seguro de sí mismo, tolerante y acrítico. 

Elon Musk no es una blanca paloma, y la baba del sapo le está afectando. Parece que incluso le afecta profundamente. Se dice que ha despedido a través de Twitter a empleados y miembros del consejo de administración que cuestionaban la nueva dirección que había dado a los medios de comunicación.  Supuestamente, saqueó los archivos internos del grupo para sus propios fines y contrató detectives para investigar a los empleados pro-sindicatos de sus empresas. Suspendió las cuentas de los periodistas que se interesaban demasiado por él y no compartían sus puntos de vista, y presuntamente chantajeó a otros para que restablecieran sus cuentas. Hizo declaraciones ambiguas sobre Rusia en pleno conflicto ucraniano. Ha prohibido el acceso a la red a los grupos LGBTQIA+ y ha reabierto Twitter a las cosas más odiosas, racistas, homófobas y antisemitas de la red. 

Sin llegar a comparar al multimillonario con el fundador de Ford, Henry Ford, que poco a poco se fue deslizando hacia el antisindicalismo y el antisemitismo básico, como hizo James Risen, mi colega de Intercept, en este artículo, diré sin embargo que, desde mi despacho, Elon Musk parece un niño mimado, déspota, mezquino e iracundo, al que nunca nadie se atrevió a negar nada, y que ahora por fin se topa con sus primeros obstáculos en la vida, y como hombre. Y como era de esperar, el hombre no es guay, ni tolerante, ni abierto. Es sólo un mocoso. 

A modo de postludio, añadiré una aclaración al título, en beneficio de los lectores que no estén inmersos en el entretenimiento mediático popular. En las últimas películas sobre el genial y multimillonario personaje de Marvel, Iron Man, el director admite que se inspiró en Elon Musk para construir al héroe. Y como este último está interpretado por el excelente y simpático Robert Downey Junior, simboliza, para la gente de mi generación y de la siguiente, el buen amigo que nos gustaría tener. Por otro lado, Baby Boss es el símbolo (si tiras un poco) de un bebé autoritario e irascible. 

Dibujo de Amandine Victor para MarketScreener