Al hablar del estudio del balance, hay dos escuelas de pensamiento: una de analistas y otra de inversores. La primera, la de los profesionales avezados, defiende el estudio meticuloso de cada partida y afirma sin complejos -a menudo con cierto elitismo- que todo empieza y acaba en el balance, una especie de alfa y omega del análisis financiero.
La segunda escuela prefiere ir al meollo de la cuestión. Los principales objetivos son comprobar la solvencia de la empresa -para evitar el riesgo de quiebra- y medir su capacidad para invertir en su desarrollo o, por el contrario, para remunerar a los accionistas.
No entraremos aquí en explicaciones técnicas ni en los infinitos matices de la contabilidad y las finanzas. Al fin y al cabo, este artículo solo se propone ofrecer una visión general del tema.
Así pues, un ojo experimentado separará un balance en cinco partes diferenciadas: el activo a corto plazo, también conocido como corriente o circulante; el activo a largo plazo, o inmovilizado; el pasivo circulante; el pasivo a largo plazo; y los fondos propios.
Los activos corrientes, en teoría los más líquidos, incluyen: el efectivo y los equivalentes de efectivo, como las inversiones a corto plazo; las existencias de mercancías; y los créditos comerciales, es decir, las facturas emitidas por la empresa que aún no se han cobrado.
Los activos a largo plazo o fijos son menos líquidos. Pueden ser tangibles o intangibles, como las instalaciones o las patentes. Su valor real a menudo difiere de su valor contable. Por ejemplo, una fábrica puede haber costado miles de millones, pero ya no valer nada en el mercado privado. En cambio, una patente que hace tiempo se hubiera amortizado puede tener aún un inmenso valor de mercado.
El pasivo corriente abarca todo lo que la empresa debe en los próximos doce meses: normalmente los gastos de explotación, las deudas comerciales y con la seguridad social y los vencimientos de deuda a corto plazo. Restar el pasivo corriente al activo corriente puede ser útil para ver qué "colchón de seguridad" conserva la empresa en sus operaciones.
El pasivo a largo plazo comprende todo lo que la empresa debe a más de doce meses. La principal partida de esta sección suele ser la deuda a largo plazo, ya sea bancaria o en forma de bonos. Siempre es útil adentrarse en los informes anuales de la empresa para comprender cómo está estructurada la deuda: tipos de interés, calendario de vencimientos, naturaleza de los instrumentos, condiciones especiales, etc.
En resumen, los activos son lo que la empresa posee, y que normalmente le hacen ganar dinero; los pasivos son lo que la empresa debe, y que por extensión le cuestan dinero; y los fondos propios, que en este caso podrían asimilarse al concepto de "patrimonio neto", se obtienen restando los pasivos a los activos.
¿Es posible conocer la empresa en profundidad aunque no quieras ser un analista experimentado o en un inversor profesional? Por ejemplo, detectando inmediatamente las empresas con balances vulnerables, es decir, las que tienen demasiada deuda: las alertas tienen que saltar cuando las operaciones atraviesan dificultades o son deficitarias.
Otra forma es discriminar positivamente a las empresas mejor capitalizadas, como aquellas cuyos flujos de caja cubren por sí solos todo el pasivo; o las que crecen con fuerza con muy pocos activos fijos, señal de un negocio poco o nada intensivo en capital y, por tanto, muy rentable y con más probabilidades de crear valor para los accionistas rápidamente.
Con el tiempo, también aprendemos rápidamente a detectar tendencias negativas, como aquellas empresas cuyas ventas están estancadas a pesar de que aumentan de forma constante los activos fijos; o, en sentido contrario, situaciones favorables, como una empresa sobrecapitalizada, pues podría devolver el exceso de efectivo a los accionistas.
Este artículo, el segundo de la serie, es la continuación del El abecé del análisis financiero: La cuenta de resultados.