Sobre ese tema, remitimos a los lectores a El abecé del análisis financiero: Creación de valor vs. destrucción de valor, publicado en nuestras páginas el 18 de diciembre.

Como su nombre indica, el coste del capital es el "precio" que pagan los inversores por confiar sus fondos a una empresa que pretende financiar sus proyectos de explotación o desarrollo. A grandes rasgos, este capital puede adoptar dos formas: deuda o acciones.

En el caso de la deuda, los inversores prestan temporalmente dinero a la empresa. El coste del capital es obvio, sería el tipo de interés exigido por los acreedores, y que, a su vez, varía en función de dos parámetros principales: el tipo de referencia fijado por el banco central y el perfil de riesgo de la empresa.

Así, cuanto más barato es el dinero -por ejemplo, cuando el banco central intenta estimular la economía-, más bajo es el tipo de interés de los préstamos. Como los inversores encuentran dinero con facilidad, lo prestan de la misma forma.

Por otro lado, si la solvencia de la empresa es precaria -por ejemplo, tiene pérdidas y está muy endeudada-, los prestamistas fijarán un tipo de interés alto para compensar adecuadamente el riesgo asumido.

En cualquier caso, la empresa debe asegurarse de que genera una rentabilidad de la inversión superior al del capital que toma prestado, pues de lo contrario destruirá valor. Esto es, por supuesto, un reto importante cuando el capital prestado a la empresa viene acompañado de un tipo de interés elevado.

El coste de los fondos propios es a veces más complicado de entender, salvo quizá cuando no esperamos de la empresa más que reparto de dividendos, sin apostar por el crecimiento potencial de los beneficios. Existe una elaborada teoría financiera para calcular el coste de los fondos propios y combinarlo con el coste de la deuda, y asó obtener el famoso WACC o coste medio ponderado del capital.

En la práctica, el inversor en capital -es decir, la persona que aporta o compra capital y, por extensión, se convierte en propietario parcial de la empresa- puede utilizar un enfoque más sencillo pero no menos necesario para evaluar su coste de capital. Se trata de partir del "tipo sin riesgo" -por ejemplo, el tipo de interés de los bonos AAA, que proporcionan un rendimiento "sin riesgo", hiperseguro- y añadir una prima de riesgo, dado el carácter subalterno de los fondos propios frente a la deuda.

Esta prima de riesgo suele oscilar entre el 2-3% para las empresas sólidas y rentables, y el 6-7% o incluso más para las que se encuentran en una situación más frágil. La cuestión de la creación de valor es fundamental en este caso, sobre todo para las empresas cuya rentabilidad de los fondos propios nunca alcanza los dos dígitos.

Por último, existe una forma más intuitiva y "creativa" de que los inversores fijen su propio coste de capital. Consiste en relacionar cualquier posible oportunidad de inversión con la mejor inversión que se tenga en cartera. Supongamos, por ejemplo, que un inversor ha detectado una oportunidad excepcional que probablemente le reporte una rentabilidad del 15% anual. Su coste de capital sería entonces su coste de oportunidad, es decir, para poder optar a ella, una nueva oportunidad de inversión tendría que generar una rentabilidad al menos igual a la ya muy buena oportunidad descubierta.

Esto significaría que un inversor de capital con un conocimiento medio de las grandes teorías financieras diría que su coste de capital es simplemente la rentabilidad de su mejor idea en ese momento…