El debate sobre la inflación y la bajada prevista de los tipos de referencia sigue abierto. Hay que decir que la publicación de un índice ISM manufacturero de marzo en territorio expansivo por primera vez en 16 meses desencadenó una tormenta, alimentada desde entonces por varias de las principales autoridades monetarias estadounidenses. Como señalaba Eduardo Quinonez en una de sus columnas matinales, incluso los que se clasifican más como palomas que como halcones parecen más recelosos ante futuros recortes de tipos. Por ejemplo, antes de la publicación del informe sobre el empleo el pasado viernes, la probabilidad de un recorte de tipos en junio había caído al 60%, frente a más del 75% hace apenas quince días.

¿Y qué hay del empleo?

Estados Unidos creó 303.000 empleos no agrícolas en marzo, frente a una previsión de 214.000. Por otra parte, la tasa de desempleo y el salario medio por hora se ajustaron a las previsiones, con un +3,8% y un +4,1% anual respectivamente.

En lugar de alimentar la hipótesis de un aterrizaje suave de la economía estadounidense, los inversores ven ahora cualquier resistencia como un impedimento para una rápida relajación de los tipos de interés oficiales. El efecto inmediato es una ligera presión sobre los mercados bursátiles mundiales, mientras que los rendimientos de la deuda pública se niegan a ceder terreno. Por ejemplo, el rendimiento de la deuda pública estadounidense a 10 años se permitió el lujo de superar brevemente el 4,35% y tocar el 4,40/43%. La estructura del gráfico sigue siendo constructiva por encima del 4,07% aunque, en un mundo ideal, el potencial de apreciación debería limitarse al umbral del 4,55/60%, cuya superación por sí sola pondría en entredicho nuestro escenario bajista a largo plazo.