Este otoño dejé MarketScreener durante unas semanas para descubrir Argentina, o más bien una pequeña parte de este inmenso país. Si hay muchas anécdotas que contar sobre este viaje, sólo os contaré una, la de mi ingenuo descubrimiento de las tribulaciones del tipo de cambio peso argentino-euro, o ARS-EUR para los aficionados al Forex. 
 
¡Nos fuimos a 500! Error, fuimos dos, con mi pareja. Como éramos conscientes de la a veces tumultuosa situación económica de Argentina, de las diversas crisis financieras por las que ha atravesado el país, de la elevada inflación que le afecta desde hace varios años (y especialmente desde el Covid), nos habíamos preocupado de observar, en varias ocasiones y durante las semanas previas a nuestra partida, la evolución del tipo de cambio ARS-EUR. No hacía falta perder demasiado tiempo: la cotización apenas variaba, oscilando entre 140 y 147 pesos por un euro. 
 
Como viajeros semirrecelosos, nos fuimos con una gran cantidad de dinero en efectivo, una tarjeta "sin comisiones en el extranjero" de un banco digital que no nombraré pero cuyo nombre consiste en una letra y dos números, en su versión virtual en el teléfono, así como las tarjetas "altas comisiones en el extranjero" que tan bien saben darnos nuestros bancos nacionales. También habíamos intentado hacer un pequeño intercambio antes de salir de Francia. Fue una pérdida de tiempo, ya que los comerciantes de divisas franceses no querían el peso argentino más de lo que querían el dinar argelino o la lira turca. 
"Cambio, cambio"
 
Nada más llegar al centro de Buenos Aires, y para ofender mi ego convencido de no pasar por turista, nos asaltó un enjambre de jóvenes que coreaban "¡cambio! cambio!" en cada esquina. Como viajeros semi-agitados, creíamos saber que era más seguro cambiar dinero en una casa oficial y establecida. Ya eran dos certezas que pronto iban a desaparecer. 
 
No encontramos inmediatamente una oficina de cambio y, equipados con nuestras diversas tarjetas bancarias, decidimos dar un paseo, dejando para más tarde esta pequeña preocupación pecuniaria. Dos horas de lluvia torrencial después y con el hambre en las tripas, decidimos comer algo en una agradable brasserie del distrito parlamentario. Inmediatamente después de ofrecernos el menú, el camarero nos presentó un cartel en el que se indicaba que el tipo de cambio utilizado por el establecimiento era de 275 pesos por 1 euro. Primera sorpresa. ¿Cómo es posible que esta brasserie ofrezca un tipo de cambio un 87% superior al oficial? 
 
Así que volvimos a buscar un cambista. Contra todo pronóstico, son bastante raros, "todos cerraron con la crisis", nos decía aquí y allá el dueño de un bar, un transeúnte o un agente bancario. 
Nos dirigieron a un famoso hotel que lleva el nombre de su igualmente famosa y rubia heredera (en el que no nos alojábamos, por supuesto). Mientras buscábamos por todas partes el número que nos había dado el recepcionista del hotel en la calle correcta y no lo encontrábamos, se nos acercó un hombre pequeño con una maleta de ruedas. "Estás buscando la oficina de cambio, ¿no?" Asentí con la cabeza, preguntándome cómo era posible que lo supiera (¡turista!). "Iba a irme, pero te lo volveré a abrir por ti". Sorprendente, pero muy bueno. En una tienda de aspecto abandonado, sin pantalla de cambio de moneda y sin las habituales luces parpadeantes y epilépticas que las animan, el hombre en cuestión nos ofreció, con una cifra escrita con lápiz de madera en un trozo de papel como tamaño oficial, una tarifa de 268 pesos, sin comisiones. Sin cargo, repito. Así que nuestro presupuesto para viajes acababa de mejorar otro 82,3%. El hombre cumplió su promesa: por cada euro dado, recibimos 268 pesos.
 
Eso nos duraría hasta Iguazú. Allí, estábamos seguros, una bandada de viajeros estadounidenses, uruguayos y brasileños que habían venido a admirar las cataratas se nos habría adelantado, garantizando así la apertura de las oficinas de conversión. Todavía no. Pero cuando llegamos al restaurante con vistas a "3 fronteras", la confluencia de los ríos Iguazú y Paraná, que marca la frontera entre Paraguay, Brasil y Argentina, el pequeño cartel que nos informaba del tipo de cambio, en caso de pago con tarjeta, de 270 pesos por 1 euro, apareció de nuevo a la entrada del establecimiento. Mientras tanto, en Internet y en los bancos, la cotización oficial, que habíamos ido a comprobar, no había cambiado: 147 pesos. 

La sorpresa de Western Union
 
En el recodo de las cataratas, conocimos a una familia de Bretaña, que se tomaba un año sabático para dar una minigira por el mundo. Tras las cortesías y formalidades habituales (¿qué has visitado? ¿qué vas a visitar?), la conversación gira rápidamente en torno al tipo de cambio del peso. Nuestros conciudadanos habían realizado el mismo viaje mental que nosotros y habían hecho la misma observación que nosotros. El padre de familia, confundido por estas variaciones, había tomado la iniciativa de ir a preguntar a Western Union. ¡Inteligente! Y para anunciarnos que, tras una rápida apertura de cuenta, se beneficiaba de un tipo de cambio muy ventajoso... ¡a 302 pesos! Se ofrecía así una plusvalía en el presupuesto de viajes de más del 105% con respecto al tipo oficial. Esto despertó de nuevo nuestra curiosidad. 
 
Pero no había tiempo para ir a WU, teníamos que embarcar en un avión a Buenos Aires, dormir unas horas, y salir unas horas más tarde hacia Mendoza, a la entrada de los Andes. Recién llegados a la ciudad, empezamos a buscar un banco, un Western Union, un agente de cambio. Lo primero que encontramos fue Western Union. Ante una cola interminable y un guardia de seguridad que nos informó de que el establecimiento cerraría unos minutos más tarde, que no volvería a abrir hasta el lunes, momento en el que ya nos habríamos marchado, nos echamos atrás.  
A poca distancia había un banco que también tenía delante un cartel de "Cambio" de aspecto muy oficial. A la entrada del establecimiento, el cajero nos informó de que el banco ya no podía prestar el servicio de cambio de divisas, y que era poco probable que encontráramos un agente de cambio en esta ciudad de 1,7 millones de habitantes, ya que "todos han cerrado". En su lugar, nos sugirió que buscásemos a un "hombre con un jersey azul que suele estar en la puerta del banco" que podría ayudarnos. Para nuestro asombro, nos explicó que hay dos bolsas, la oficial y la "azul" (que pronunció en inglés). Ante nuestra mirada perpleja, intentó tranquilizarnos: si el "azul" se hace bajo cuerda, no pretende estafar a los turistas, al contrario, será mucho más ventajoso que la tarifa oficial, la que ofrece el banco que la utiliza para retirar dinero con tarjeta bancaria. 
 
Estábamos esperando al "hombre del jersey azul", que apareció un momento después. Le confesamos nuestra necesidad de cambiar euros, y nos dijo que en unos minutos vendría a buscarnos para realizar la transacción, al cambio de 266 pesos por un euro. La transacción tendrá lugar "allí en la galería, en un lugar seguro". Podéis imaginar mi incapacidad para mantener la calma ante tanta despreocupación, con tanta incomprensión y duda sobre lo que estaba sucediendo ante mis ojos. Como había prometido, el hombre volvió a buscarnos, nos guió dentro de la galería hasta una pequeña cabina cerrada, donde nos esperaba otro hombre, sentado a salvo detrás de una ventana de poca altura. Calculamos las cantidades con él, recibimos la cantidad correcta de pesos y nos fuimos, satisfechos pero más que nunca aturdidos por la operación. 
 
Como el resto del viaje lo íbamos a hacer por pequeñas carreteras de los Andes, pasando por pueblos más pequeños y aislados, habíamos decidido convertir todo nuestro dinero en efectivo en Mendoza. Así que, para el final del viaje, nos encontramos de nuevo en 147, con dobles comisiones bancarias, cada institución a ambos lados del Atlántico llevándose su parte del pastel. 
El azul y los otros 
 
Pero como esta historia seguía rompiéndome la cabeza, tenía que averiguar más cosas sobre esta tasa "azul". Al seguir leyendo, descubrí que en realidad no hay dos tipos de cambio, sino 6, 7, a veces 10, y entre ellos, unos son más utilizados que otros. 
  • El tipo oficial (utilizado sobre todo por las empresas argentinas que importan productos del extranjero). 
  • El "azul", o informal, reservado al intercambio callejero. 
  • La tasa de ahorro (la tasa a la que los argentinos pueden convertir sus pesos en dólares o euros para sus ahorros), que está limitada y sujeta a impuestos. 
  • La bolsa, o MEP, es utilizada por compradores y vendedores de bonos. No se tributa. 
  • El turístico, que se utiliza para transacciones con empresas extranjeras, que también está sujeto a impuestos. 
Algunos de estos tipos de cambio fueron establecidos por el gobierno para "proteger" el peso, muy inestable, y también para limitar el acceso de la población a las divisas. Otros son más extraoficiales y responden a la llegada de capitales a través de canales distintos del Banco de Argentina. 
 
Lo que es importante recordar es que estos diferentes tipos son sobre todo indicativos de la gran desconfianza que tienen los argentinos en su moneda y en la gestión de las finanzas públicas, consecuencia de las diversas crisis financieras, los periodos de inflación disparatada y las devaluaciones pasadas del peso. Y si va a Argentina (¡a pesar de la derrota que acabamos de sufrir!), consiga algunos euros (o dólares) y abra una cuenta en WU, ¡su presupuesto de viaje se lo agradecerá!