SHEFAYIM, ISRAEL, 6 nov (Reuters) - Ha pasado un mes desde que Avihai Brodutch habló con su esposa, Hagar. Hombres armados de Hamás se la llevaron a ella y a sus tres hijos a Gaza en su mortífero asalto a las aldeas israelíes el 7 de octubre.

Brodutch, de 42 años, describe 31 días de agonía, sin saber cómo tratan a su familia y sintiéndose impotente para ayudar. "Mis hijos son muy pequeños y no han hecho nada malo a nadie", afirmó refiriéndose a su hija Ofri, de 10 años, y a sus hijos Yuval, de ocho, y Uriah, de cuatro.

Su familia fue secuestrada en Kfar Aza, un kibbutz situado a unos tres kilómetros de Gaza. Fue una de las comunidades más afectadas por el ataque de Hamás, cuando cientos de hombres armados se infiltraron en ciudades, pueblos y bases militares israelíes cerca de la frontera, matando a unas 1.400 personas y tomando al menos 240 rehenes.

En respuesta, Israel ha lanzado una ofensiva aérea, terrestre y marítima que ha matado hasta ahora a más de 10.000 palestinos, según el Ministerio de Sanidad de la Franja de Gaza, gobernada por Hamás.

Todo lo que puede hacer ahora, dice Brodutch, es contar la historia de su familia, donde pueda, a quien pueda. En su mente, dice que invoca recuerdos de su esposa y él en el nacimiento de sus hijos.

"A veces pienso en esa sensación cuando nacieron mis hijos y en estar con ellos. Los echo mucho de menos. Ahora no tengo nada", añade mientras los niños corretean por el jardín del hotel de Shefayim, un kibbutz israelí que acoge a muchos supervivientes, entre ellos Brodutch.

ÚLTIMO MENSAJE

Al comenzar el ataque, la familia de Brodutch se refugió en un espacio seguro. Pronto se les unió la hija de su vecino, que había huido a su casa después de que mataran a sus padres. El propio Brodutch salió para ver qué podía hacer para ayudar mientras los hombres armados arrasaban el kibbutz.

Se mantuvo en contacto con Hagar mediante mensajes de texto, asegurándose mutuamente que estaban bien.

"A eso de las 11 de la mañana le volví a enviar un mensaje para decirle que estaba bien, que cómo estaba ella y me contestó que alguien iba a entrar. Y ese fue el último mensaje que recibí de ella", relató.

Fue evacuado unas horas más tarde, seguro de que su familia había muerto. Hasta el día siguiente no supo que los habían llevado como rehenes a Gaza, junto con la hija del vecino.

Brodutch se alegró de saber que su familia estaba viva. Pero a medida que pasaban los días sin noticias de su liberación, empezó a desesperarse y se dirigió al cuartel general de la defensa israelí en Tel Aviv.

Sentado en una silla blanca de plástico, con un cartel que decía "Mi familia está en Gaza" y acompañado por el perro de la familia, Rodney, inició una vigilia unipersonal que pronto se convirtió en una acampada diaria de israelíes que pedían a los dirigentes que garantizaran la liberación de los rehenes.

"Con la guerra que hay ahora mismo, no estoy seguro de que sea posible", señaló Brodutch, ingeniero agrónomo que estudia enfermería.

"Al principio todo el mundo sólo quería venganza. Querían represalias, lo cual es humano, supongo. Pero espero que termine. Es un ciclo que sigue y sigue. Yo formo parte de él, y mis hijos y mi mujer también. Y no deberían serlo".

"Quizá haya que hacer algo nuevo. Estamos tan cerca. Incluso las religiones están cerca, el islam y el judaísmo. Sé que hay una solución. Sólo hay que buscarla", agregó.

(Reporte de Maayan Lubell; Editado en español por Raúl Cortés Fernández)