Pasemos rápidamente por alto el primer tema del libro, que sin embargo ofrece algunas similitudes interesantes con la burbuja postcovida, y concentrémonos en el segundo. El autor nos invita a explorar las zonas grises de la profesión de analista en los años 2000, las presiones a las que estaba sometido y los conflictos de intereses.

El profesional echa la vista atrás para recordar su primera decepción: en 2005, sus superiores le dieron instrucciones de no entregar análisis exactos y precisos, sino análisis llamativos y sorprendentes para interesar a los clientes (fondos de pensiones, hedge funds, fondos de inversión) y animarles a colocar órdenes. En aquella época, el modelo de negocio de un broker se basaba en el número de transacciones realizadas. Se esperaba que los analistas hicieran recomendaciones a corto plazo para impulsar los volúmenes y aumentar los ingresos, incluso si esto significaba embellecer un poco la investigación.

Xavier Delmas recuerda que uno de los objetivos de la normativa MIFID II, introducida en 2018, era regular estas prácticas y acabar con estos sesgos, obligando a los brokers a cobrar por separado el corretaje (la parte transaccional) y la investigación financiera. Alteró drásticamente el panorama: los ingresos procedentes de la investigación cayeron bruscamente y, a continuación, los grandes grupos estadounidenses redujeron drásticamente sus precios, redoblando la presión sobre las empresas europeas más pequeñas. El número de analistas financieros en París ha pasado de 700 en 2000 a 220 en 2021, y el 30% de las empresas que cotizan en la Bolsa de París no son seguidas por ningún analista.

El autor describe a continuación un segundo conflicto de intereses inherente a la profesión de analista: la proximidad a las empresas analizadas. Recuerda las presiones que recibió de Jean-Marie Messier, antiguo jefe de Vivendi, cuando emitió calificaciones críticas o negativas sobre el grupo francés de medios de comunicación, un gigante del sector en aquella época.

Describe el dilema al que se enfrentaban los analistas: para obtener información fiable, de primera mano o exclusiva, tenían que estar en estrecho contacto con la dirección de una empresa. En esencia, esta proximidad significaba que los analistas no podían emitir calificaciones imparciales: cualquier crítica habría sido castigada, y habría cortado el acceso del financiero a la fuente de información extraoficial.

Xavier Delmas establece un paralelismo con el escándalo de Orpea. En el momento en que el grupo sanitario francés se precipitó al abismo, dos tercios de los analistas del mercado eran compradores de acciones, mientras que el tercio restante acumulaba o mantenía. Tras la caída, ninguno de ellos emitió una recomendación de venta sobre la acción. Nuestro experto recuerda una paradoja brutal de la profesión: Los analistas rara vez emiten opiniones de venta, porque prefieren equivocarse juntos que acertar solos.

También analiza las deficiencias de la investigación patrocinada, en la que las empresas cotizadas pagan a los analistas para que les hagan un seguimiento, una práctica que las cartas de buenas prácticas intentan regular lo mejor que pueden.