Por Borja Suarez

MADRID, 12 jul (Reuters) - Cuando Abdellatif Bouhlal desembarcó en la isla española de Gran Canaria tras sobrevivir al peligroso viaje por mar desde Marruecos en un bote desvencijado, estaba solo y apenas tenía 15 años.

Tras ser recogido en el mar, Bouhlal pasó tres años en un centro de acogida para menores no acompañados, pero al cumplir la mayoría de edad tuvo que marcharse y buscar su propio refugio.

Ante la lentitud de las autoridades a la hora de tramitar la documentación que necesita como extranjero para poder trabajar en España, se vio obligado a dormir a la intemperie y mendigar dinero, dijo a Reuters.

"Ellos me dejaron como un perro en la calle el mismo día que cumplí 18 (años)", dijo desde una tienda de campaña improvisada en la playa del Cabrón, en la localidad de Arinaga.

Los menores de 18 años que emigran solos a España tienen derecho por ley a la protección y ayuda del Estado, pero esas protecciones terminan una vez que las personas se hacen adultas.

La historia de Bouhlal es compartida por miles de jóvenes migrantes que intentan el peligroso viaje por la mortífera ruta atlántica, sólo para encontrarse con un país de acogida que lucha por hacer frente a un número sin precedentes de llegadas e integrarlos en el mercado laboral nacional.

Alrededor de 19.000 migrantes, en su mayoría procedentes de África Occidental, llegaron a las islas en los seis primeros meses de 2024, lo que supone un aumento del 167% respecto al mismo periodo del año anterior, según cifras oficiales.

Los desacuerdos en política migratoria han abierto una brecha entre el conservador Partido Popular (PP) y el ultraderechista Vox, que gobernaban juntos cinco regiones españolas hasta el jueves, cuando el PP respaldó un plan del Gobierno central español, dirigido por los socialistas, para trasladar a unos 400 inmigrantes menores de 18 años de las islas Canarias a la península.

Bouhlal, nacido en la ciudad de Beni Melal, en el centro de Marruecos, dijo que había abandonado su país porque no veía futuro allí. Sus escasas pertenencias incluyen un colchón desnudo, una caja de cartón con ropa de segunda mano y unas cuantas velas.

En las noches ventosas, se cubre la cabeza con una manta para protegerse los ojos de la arena.

Bouhlal dice que cuando pide dinero, se enfrenta al dilema de si gastarlo en comida o en el billete de autobús a la capital de la isla, Las Palmas, para las citas con las autoridades que tramitan su caso de residencia.

Hace tres años y medio que no ve a su madre.

Bouhlal, que no tiene teléfono, dijo entre lágrimas que todas las noches cierra los ojos y se imagina cenando con ella y su hermana pequeña. "Duele mucho no hablar con mi madre", dijo.

(Reporte de Borja Suárez; escrito por David Latona; edición de Aislinn Laing y David Holmes; editado en español por Benjamín Mejías Valencia)