Esto podría indicar un posible problema de solvencia para la operadora, cuya evolución bursátil en las dos últimas décadas ha sido catastrófica. Telefónica genera la mitad de sus ventas en América Latina, donde la hiperinflación se está comiendo los beneficios del grupo al segundo. 
 
En diez años, las ventas se han reducido a la mitad y el beneficio operativo se ha triplicado. La optimización de la cartera de activos ha hecho poco para frenar la erosión del flujo de caja libre potencialmente disponible para su distribución a los accionistas, que en 2022 seguirá estando muy por debajo de su nivel de 2012.
 
Con los ratios de endeudamiento en máximos históricos y los gastos por intereses consumiendo dos tercios del beneficio operativo después de amortizaciones, es seguro asumir que la subida de los tipos de interés exprimirá aún más la poca capacidad de beneficios que queda.   
 
En estas condiciones, es difícil ver cómo Telefonia mantendrá su dividendo. Esto, por supuesto, no ha escapado a la atención del mercado: con una rentabilidad del 12,6% al precio actual, el mercado está claramente convencido de que el payout es insostenible en vísperas de un nuevo ciclo de inversión.
 
Una importante ampliación de capital en 2015 y una gran venta de activos el año pasado contribuyeron a acelerar la reducción de la deuda. Sin embargo, la deuda neta sigue representando entre seis y siete años de beneficios en efectivo. 
 
Es muy probable que sea necesario un refuerzo de los fondos propios, pero podemos adivinar que los inversores no se están precipitando. Así pues, la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales podría desempeñar el papel de caballero blanco, con el pretexto de contrarrestar la reciente llegada de los saudíes al capital de Telefónica.