Para dar un paso atrás, el valor del mismo barril ha subido casi un 50% en 2021, lo que no es del agrado de todos.

Hemos explicado varias veces en esta columna que esta subida meteórica se debe en gran medida al endurecimiento del mercado. La demanda mundial, que ha repuntado fuertemente con la reapertura de las economías, se enfrenta a una oferta moderada y limitada por las cuotas de producción de la OPEP+, a una larga serie de problemas de abastecimiento diversos y a una industria petrolera estadounidense que se cuida de no volver a caer en las formas del pasado adoptando una lógica de rentabilidad más que de productividad. Este endurecimiento también es visible en el nivel de las existencias estadounidenses, que son anormalmente bajas (por debajo de su media de los últimos cinco años) según los datos recopilados por la EIA.

En este contexto, el recrudecimiento de las tensiones geopolíticas, más concretamente en Ucrania, donde el bando occidental teme una "inminente" invasión de Rusia, está dando un impulso a los precios del petróleo, pero también, de forma más general, a los mercados de materias primas, ya que Moscú es un actor importante en la producción de paladio, gas natural, trigo, platino y níquel.

En cuanto a las señales que podrían desencadenar una consolidación de los precios, los inversores siguen de cerca la reanudación de las negociaciones sobre la cuestión nuclear iraní, en las que Washington parece dispuesto a hacer concesiones para llegar a un acuerdo con Teherán. El eventual regreso del petróleo iraní supondría un aumento de la oferta de casi 2 millones de barriles diarios, lo que supondría un verdadero impulso en un mercado ajustado. Los altos precios son también una prueba para la industria estadounidense, que puede verse tentada a aumentar rápidamente la actividad de perforación a costa de la disciplina financiera.