Aunque los inversores habían huido de los mercados turcos en los últimos años, desilusionados por las erráticas políticas económicas de Recep Tayyip Erdoğan, no menos de treinta empresas recaudaron este año un total de 1.900 millones de dólares en la Bolsa de Estambul.

Este dinamismo se debe en parte al renovado interés por comprar acciones en Turquía. El número de pequeños inversores, que buscan protegerse de una inflación galopante y duradera (+48% el mes pasado), de la drástica caída de la lira y de una posible pérdida de ahorros, se ha más que cuadruplicado desde principios de 2019, hasta alcanzar los 5,1 millones de accionistas en el país.

Este impulso se vio reforzado por el regreso de los inversores extranjeros, atraídos por las medidas adoptadas por el Banco Central de Turquía (TCMB), que sorprendió al mercado subiendo su tipo de interés oficial 750 puntos básicos, hasta el 25%, una subida tres veces superior a la prevista. Esta decisión fue vista por algunos inversores como una señal de independencia por parte del banco central, que parece decidido a combatir la presión sobre la moneda.

Sin embargo, no todo es de color de rosa en este idílico panorama. Algunos agentes del sector temen que la moda de las OPI esté atrayendo a empresas de menor calidad deseosas de obtener beneficios rápidos.

El repunte del centro financiero de Estambul le ha permitido situarse entre los diez mercados más dinámicos del mundo para las OPI en 2023. Unos resultados que demuestran que, incluso frente a un toro, Turquía sabe aguantar los cuernos.

(Dibujo de Amandine Victor para MarketScreener)