Los zimbabuenses acudieron a las urnas el 23 de agosto para elegir un nuevo presidente, parlamentarios y miembros de los consejos locales, pero el principal partido de la oposición calificó los resultados de "fraude gigantesco".

En su discurso tras jurar el cargo, Mnangagwa abogó por la unidad tras los comicios y prometió reactivar la alicaída economía.

"Las políticas responsables que comenzaron en el primer mandato de mi presidencia están en vías de sacar a muchos de la pobreza", afirmó Mnangagwa.

Miles de partidarios de Mnangagwa, en su mayoría llegados en autobús desde todo el país, cantaron y bailaron mientras el mandatario de 80 años entraba en el Estadio Nacional de Deportes junto a su esposa.

Prestó juramento ante el presidente del Tribunal Supremo, Luke Malaba, que en 2018 declaró vencedor a Mnangagwa tras un recurso ante el Tribunal Constitucional.

"Me presento como presidente de todos. Les ofrezco, individual y colectivamente, unidad", dijo Mnangagwa.

Varios líderes africanos, entre ellos el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, el líder mozambiqueño, Phillipe Nyusi, y el presidente congoleño, Felix Tshisekedi, asistieron a la ceremonia de investidura, mientras que el presidente zambiano, Hakainde Hichilema, prefirió mantenerse al margen.

El segundo mandato de Mnangagwa llega en medio de incesantes desafíos económicos, con el dólar zimbabuense desplomándose un 80% desde principios de año mientras la financiación internacional permanece congelada.

Nelson Chamisa, el líder de 45 años del partido opositor Coalición Ciudadana por el Cambio (CCC), pidió una nueva votación después de que su partido alegara que las elecciones habían sido "viciadas", pero no impugnó el resultado ante los tribunales, despejando el camino para la investidura de Mnangagwa.

Mnangagwa había animado a la oposición a acudir a los tribunales, pero afirmó que la votación era válida y advirtió de que se tomarían medidas enérgicas contra cualquiera que sembrara el caos.

En su informe preliminar, una misión de observadores del bloque regional del sur de África, la SADC, afirmó que las elecciones no cumplieron las normas regionales ni las internacionales, mientras que la misión de observadores de la Unión Europea (UE) afirmó que los comicios se celebraron bajo un "clima de miedo".

También se criticó al gobierno por la detención de más de 40 activistas de organizaciones de la sociedad civil y por la supuesta intimidación generalizada de los votantes en el campo.

Aunque la votación transcurrió pacíficamente, los comicios se vieron empañados por los enormes retrasos en el despliegue de papeletas, lo que dio lugar a acusaciones de la oposición de supresión de votantes.

Tras haber sido marginado de la comunidad internacional durante más de dos décadas, Zimbabue ha intentado, bajo el mandato de Mnangagwa, reencontrarse con sus antiguos socios occidentales.

En ausencia de financiación extranjera, se espera que los retos económicos de Zimbabue continúen, mientras millones de personas se enfrentan a un futuro incierto.

Mnangagwa insinuó que mantendrá la moneda del país, el Zimdólar, a pesar de su debilitamiento frente al dólar estadounidense desde su reintroducción en 2019.

"Una moneda nacional es indispensable. Sólo podemos hacer crecer nuestra economía basándonos en los recursos internos. El desarrollo y la prosperidad nacional con lo que tenemos es más sostenible y duradero", afirmó Mnangagwa.