En un reciente día nublado, el avión de una sola hélice resistió vientos cruzados en lo alto de un campo de fútbol de arena y descendió en picado sobre las cabezas de los curiosos de Oworonshoki, el barrio pobre donde vive Fatai en el este de la ciudad.

Compró la hélice y el mando a distancia en una tienda, pero construyó el cuerpo, las alas, la cola y la aleta con trozos de espuma de poliestireno reciclada recogida en vertederos y unida con cinta adhesiva. La envergadura de las alas es de aproximadamente un metro.

"Empecé con esto cuando tenía siete años. Empecé a recoger cosas por ahí, a hacer algunos pequeños proyectos", dijo el joven de 21 años.

"Cada vez que veo un avión volando, me da una alegría desbordante".

La labor de amor de Fatai está impulsando ahora sus sueños: una empresa de tecnología le ofreció unas prácticas después de que le vieran pilotando el avión, un primer paso importante hacia su objetivo de convertirse en ingeniero aeronáutico.

"Como nuestro país es un país subdesarrollado, espero formar parte de la gente que desarrollará el país utilizando esto, mi tecnología de aviones no tripulados", afirmó.