Esta semana, el Congreso estadounidense ha dado un puñetazo sobre la mesa. ByteDance, la empresa matriz de TikTok, tiene 9 meses para vender su plataforma a una compañía estadounidense, si ésta quiere seguir operando en territorio del Tío Sam. De lo contrario, saldrá por la puerta grande.

Es un hecho constatado que las redes sociales están diseñadas como máquinas para succionar datos, regar a los usuarios de contenidos virales (molestos y odiosos a ser posible), crear dedependencia, y no como herramientas informativas que se supone que deben elevarnos intelectualmente, ilustrarnos sobre las bellezas y sutilezas del mundo, o crear vínculos entre humanos (que era la promesa inicial, para quienes lo recuerden). Que así sea.

Pero ¿por qué es TikTok mucho más inquietante que sus homólogas estadounidenses Facebook, Instagram o SnapChat?

En primer lugar, está el problema del algoritmo. La tecnología que mueve los hilos de las recomendaciones (el robot que decide qué vamos a ver en la app) es especialmente poderosa, y está sujeta directamente a la buena voluntad de las autoridades chinas.

Luego está el propio diseño, basado en "señales de interés" emitidas por el usuario. También en este caso se trata de la fuerza de ataque de la aplicación, capaz de evolucionar en función de los cambios en las preferencias y apetencias de los usuarios, con una precisión que desafía toda comprensión. Desde el principio, la plataforma se ha beneficiado de una considerable inversión humana y tecnológica, y ha heredado las prácticas de su primo Douyin a la hora de etiquetar contenidos y usuarios.

Existe lo que yo llamaría su "velocidad de bombeo". El formato, basado en vídeos cortos, permite al dispositivo absorber y digerir nuestros hábitos más rápidamente que sus homólogos basados en texto, imágenes o vídeos más largos. La recogida de datos se acelera.

Luego está el soporte. Diseñada desde el principio para dispositivos móviles y sólo para vídeos cortos, la aplicación se ha adelantado a sus homólogas, que han tenido que adaptar sus interfaces, pensadas para la navegación en un ordenador, y adecuarlas al visionado intensivo.

Ahí está "el concepto de apertura". Una vez que hemos terminado de sumergirnos en contenidos vinculados a nuestros intereses, la aplicación nos ofrece los llamados vídeos de exploración, que van más allá de nuestra curiosidad inicial. Su propósito es sondear nuestros deseos para definirnos mejor, y mantenernos en la red, por supuesto.

También hay un fenómeno social. TikTok anima a los usuarios a formar grupos mediante hashtags, para entender mejor sus personalidades y cómo se comportan como comunidad.

Más allá de estos fundamentos, lo que temen las autoridades occidentales es, obviamente, la lealtad de la red a Pekín y la posibilidad de que las autoridades chinas utilicen datos personales. La herramienta está tan bien imaginada que permite espiar a la población con tecnología punta. Otros sostienen que la plataforma es capaz de atontar a las masas. No hace falta entrar en las ventajas de una población más pegada a los vídeos de gatos que a los estudios geopolíticos.