Los casos de fraude en el sector financiero se están convirtiendo en algo habitual: esta semana se celebra el juicio contra el antiguo jefe del grupo alemán Wirecard, mientras que el de la gestora londinense H2O (constituida con arreglo a la legislación francesa) está previsto que comience en marzo. El juicio contra la fundadora de la empresa farmacéutica Theranos concluyó el mes pasado con la condena de la "futura Steve Jobs", Elizabeth Holmes, a 11 años de prisión. Sam Bankman-Fried, antiguo jefe de FTX (FTT), fue detenido anteayer en su villa de 40 millones de dólares en las Bahamas. Por último, los casos de Credit Suisse, que se han hecho frecuentes, ya ni siquiera sorprenden.  
 
Imagínese ver cómo una empresa en la que usted creía o confiaba para realizar sus transacciones le despoja de sus medios. No es fácil. A veces parece que estos escándalos siguen la regla: cuanto más grande, mejor. Wirecard llegó a valer 17.000 millones de euros, tanto como Deutsche Bank, el mayor banco alemán. La empresa de pagos llegó a cotizar en el DAX30. Theranos, fundada en 2003 por un joven de 19 años, exageró y mintió sobre los análisis de sangre que pretendía desarrollar. Su valor fue de 9.000 millones de dólares en 2014. El fondo H2O, antigua filial de Natixis, estaba invertido en su mayor parte en activos ilíquidos no cotizados vinculados al controvertido empresario alemán Lars Windhorst. 
 
Por eso, a medida que se acercan las fiestas, pensamos en todos los titulares que se han arruinado y se han quedado de brazos cruzados. Lo preocupante es que estos casos se están volviendo recurrentes. Los reguladores tienen un papel vital que desempeñar para contrarrestar estos escándalos antes de que se les vayan de las manos. Mientras tanto, sería difícil adivinar qué otro escándalo se producirá en 2023. 

Dibujo de Amandine Victor para MarketScreener