CIUDAD DEL VATICANO, 31 dic (Reuters) - Cuando el Papa Benedicto sorprendió a la Iglesia Católica Romana en 2013 al anunciar que renunciaría en lugar de gobernar de por vida, prometió permanecer en el Vaticano "oculto del mundo".

Cumplió sólo la mitad de esa promesa. Puede que no se haya visto mucho a Benedicto, pero ciertamente fue escuchado.

Benedicto escribió, concedió entrevistas y, siendo consciente o no, se convirtió en un pararrayos para los opositores del Papa Francisco, ya sea por razones doctrinales o porque se resistían a renunciar a los privilegios clericales que el nuevo pontífice quería desmantelar.

A pesar de la insistencia de Francisco en que Benedicto era como un "abuelo que vive en la casa" y que el Papa emérito era ahora una institución en la Iglesia, el resultado fue una convivencia a veces engorrosa que causó más de un dolor de cabeza.

Desde el 11 de febrero de 2013 cuando anunció su renuncia y hasta el momento en que dejó el puesto el 28 de febrero, Benedicto y su secretario, el arzobispo Georg Ganswein, decidieron unilateralmente que sería llamado "papa emérito" y también que seguiría vistiendo la sotana blanca, aunque ligeramente modificada.

No hubo una consulta abierta con los abogados canónicos y ningún precedente real para guiarse: el último Papa en abdicar fue Gregorio XII, quien se hizo a un lado en un acuerdo político para poner fin a un cisma en 1415 y pasó el resto de sus días en el olvido a 300 kilómetros del Vaticano.

Celestino V fue Papa durante cinco meses en 1294 antes de renunciar y concluyó que habría mucha más santidad en su vida anterior como ermitaño de las montañas que en el Vaticano, con sus intrigas políticas y clericales.

La ley de la Iglesia dice que un Papa puede renunciar si lo hace sin presión externa, pero carece de reglas específicas sobre su estatus, título y prerrogativas.

Dicha norma se actualizó por última vez en 1983, cuando el Papa Juan Pablo II era un robusto trotamundos de 63 años y una renuncia era lo más alejado de la mente de cualquiera.

VISITANTES, LIBROS, ENTREVISTAS

Benedicto recibió visitantes, muchos de ellos de Alemania, que estaban ansiosos por tomarse una foto con él. A veces revelaron lo que dijo, alimentando a una facción católica conservadora y nostálgica empeñada en convertir sus palabras en armas arrojadizas.

En 2016, publicó unas memorias "Las últimas conversaciones", la primera vez que un expapa juzgaba su propio pontificado después de éste hubiera terminado.

En un artículo de 2019 para una revista católica en Alemania, Benedicto vinculó el escándalo de abuso sexual infantil de la Iglesia con la revolución sexual de la década de 1960, que dijo que había generado un colapso general de la moralidad.

Muchos teólogos calificaron su razonamiento como profundamente defectuoso y lo acusaron de tratar de culpar a la sociedad por un problema estructural dentro de la Iglesia.

El mayor embrollo giró en torno a un libro sobre el celibato sacerdotal a principios de 2020, escrito principalmente por el cardenal Robert Sarah, un conservador africano que ocupa un alto cargo en el Vaticano.

El libro defendía el celibato sacerdotal en lo que algunos vieron como un llamado a Francisco para que no cambiara las reglas, después de una propuesta de permitir que hombres mayores casados sean ordenados de forma limitada en el Amazonas para hacer frente a la escasez de sacerdotes.

Sarah dijo que Benedicto era coautor del libro. Benedicto exigió que se quitara su nombre de la portada, diciendo que él era un colaborador, no un coautor. El editor estadounidense se negó y Sarah rechazó las acusaciones de los medios de que se había aprovechado del frágil expapa.

LOS EXPAPAS NECESITAN REGLAS

Los comentaristas dijeron que Benedicto estaba siendo utilizado por la derecha de la Iglesia en un juego de poder contra Francisco para influir en la elección del próximo Papa.

"El papado emérito ha dejado a la vista una institución desordenada, vulnerable a la manipulación", escribió el biógrafo papal Austen Ivereigh.

Y se han producido llamados a que haya reglas claras para los expapas.

"En la Iglesia Católica, los símbolos son importantes", dijo el padre Tom Reese, un autor católico con sede en Washington y comentarista de Religion News Service.

"Los símbolos comunican, enseñan. Si no eres el Papa, no deberías vestir de blanco. Tener a dos hombres vestidos de blanco sentados uno al lado del otro los hace parecer iguales, cuando no lo son", escribió.

Reese señaló que un expontífice no debería ser llamado Papa, debería usar el atuendo rojo o negro de un cardenal o sacerdote y además debería volver a usar su propio nombre, en el caso de Benedicto, Joseph Ratzinger.

Reese, un liberal de la Iglesia, encontró el apoyo de una fuente inusual: el conservador cardenal australiano George Pell.

"Es necesario aclarar los protocolos sobre la situación de un Papa que ha renunciado, para fortalecer las fuerzas de unidad", escribió Pell en un libro en 2020.

"Si bien el Papa retirado podría conservar el título de 'Papa emérito', debería volver a ser nominado por el Colegio Cardenalicio para que se le conozca como 'Cardenal X, Papa Emérito', no debería usar la sotana papal blanca y no debería enseñar en público", escribió Pell.

Un Papa es también obispo de Roma, por lo que Reese y otros han sugerido que un expontífice sea llamado "obispo emérito de Roma" y esté sujeto a las reglas que cubren a los obispos jubilados.

Francisco, de 86 años, ha dicho varias veces que renunciaría fácilmente a su puesto en lugar de gobernar de por vida si su salud le impidiera dirigir la Iglesia. También ha dicho que le gustaría ser llamado obispo emérito de Roma y vivir no en el Vaticano sino en un hogar para sacerdotes jubilados en la capital italiana, "porque es mi diócesis".

(Editado en español por Aida Peláez-Fernández)