Buregeya huyó de la ciudad de Kibumba con su familia en octubre en medio de una renovada ofensiva del grupo rebelde M23: es la tercera vez en 15 años que se ve obligado a escapar de su hogar y no ha podido estudiar en todo un año. Ahora tiene 22 años y sigue esperando terminar la escuela.

"Cuando desde este campamento veo... finalistas como yo, me duele el corazón, me pregunto cuándo terminaré mis estudios, los años pasan", dijo.

Es uno de los 750.000 jóvenes congoleños cuya escolarización se ve actualmente interrumpida por la inseguridad en las provincias orientales de Kivu del Norte e Ituri, según estimó a finales de marzo la agencia de Naciones Unidas para la infancia (UNICEF).

En el pequeño campamento situado junto a una iglesia evangélica a las afueras de Goma, la capital de la provincia, Buregeya pasa el tiempo apoyado en la pared de hojalata de la iglesia o jugando a las cartas con amigos de la escuela también desplazados de Kibumba.

Desde enero de 2022, unas 2.100 escuelas del este del Congo han tenido que cerrar a causa del conflicto armado, según UNICEF.

Los daños pueden ser duraderos. Sin acceso a la educación, los niños y los jóvenes pueden perder la oportunidad de desarrollar las habilidades necesarias para escapar de la pobreza y superar los desesperados desafíos económicos que contribuyen a alimentar los conflictos en lugares como el este del Congo, rico en minerales, según un informe de la ONU de 2011 sobre la educación mundial y los conflictos armados.

Buregeya teme que el tiempo se le esté acabando.

"El sueño de mi vida era ir a la universidad después del instituto, buscar un trabajo, convertirme en profesor y ganarme la vida", dijo.