Por Mohammed Salem

RÁFAH, Gaza (Reuters) - La familia Anseir cargó sus escasas pertenencias en un auto destartalado con la esperanza de escapar antes de la ofensiva terrestre israelí en Ráfah, donde más de un millón de gazatíes que creían estar a salvo tratan ahora de encontrar los medios para escapar de nuevo.

Mai Anseir y su extensa familia de 25 personas -que ya han tenido que trasladarse tres veces por los bombardeos israelíes- dicen que se han quedado sin opciones en un momento en que las tropas israelíes se acercan al último santuario en el extremo sur de la Franja de Gaza.

"Estamos aquí, no sabemos cómo irnos. Nuestra capacidad financiera no nos permite conseguir transporte para poder irnos", dijo la madre de cinco hijos en una escuela abandonada de la ONU donde la familia se había refugiado.

"Y no podemos quedarnos en este lugar porque es 'cero'. El lugar es miserable. No hay servicios, ni agua, ni electricidad".

Israel ordenó a los residentes que abandonaran el este de Ráfah la semana pasada, y amplió esa orden a las zonas centrales de la ciudad en los últimos días, haciendo que cientos de miles de personas, la mayoría ya desplazadas, huyeran en busca de nuevos refugios. Los tanques israelíes han cortado la carretera principal de Salahuddin, que separa los distritos oriental y central de Ráfah.

Con la orden de evacuación y la llegada de los combates, los hospitales cerraron rápidamente y los escasos suministros de ayuda desaparecieron. Los residentes dicen que no tienen ni idea de adónde irán ahora, ni de cómo llegarán allí.

Anseir dice que necesita leche y tratamiento médico para un niño enfermo del corazón y que ya no puede obtenerlos aquí.

"Ahora la vida y la muerte son lo mismo. Esperamos en Dios que pronto haya alivio, porque el alivio solo está en manos de Dios. No vendrá de nadie. Solo apelamos a quienes tienen un corazón compasivo, a las organizaciones humanitarias", afirma.

Su cuñada Abeer, que tiene ocho hijos, dijo que la comida de caridad que la familia solía recibir ha desaparecido.

"Toda la zona, que dicen que es segura, ya no lo es", dijo mientras llovía sobre los terrenos vacíos de la escuela.

"Vimos muerte, vimos gente sin cabeza. Apenas estuvimos aquí dos meses, y luego nos dijeron que nos fuéramos. Nos tiraron panfletos", dijo. "Como pueden ver, no sabemos adónde ir ni adónde venir. Es como si escapáramos de la muerte a la muerte".

(Edición en español de Javier López de Lérida)