Ahora los vehículos, introducidos en la capital sudanesa bajo el dominio británico en 1937 y renovados por última vez como flota en 1978, llevan las señales de numerosas reparaciones, su pintura desconchada... y sus conductores, a menudo ancianos, esperan en vano a los clientes.

Dicen que se han quedado rezagados frente a competidores que se anuncian mediante aplicaciones de ridehailing no reguladas y que conducen coches más nuevos.

"Hemos criado a generaciones de niños a lomos de este taxi. Pero nuestros taxis ya son viejos", dijo a Reuters el conductor Alrasheed Ahmed, que tiene el suyo desde 1980, en una parada de taxis de la ciudad con unas dos docenas de vehículos.

"Y ahora han aparecido estos conductores de aplicaciones y se limitan a pegar un cartel de TAXI. Eso nos pertenece y lo están explotando", añadió, señalando hacia una fila de coches más nuevos al otro lado de la calle.

Las luchas de los conductores reflejan el declive económico más general de Sudán, dicen, con el gobierno incapaz de financiar coches nuevos mientras los costes del combustible se disparan.

Algunos clientes de taxis amarillos permanecen por lealtad. "No hay nada de trabajo. Algunos vienen aquí con un montón de pasajeros y podrían esperar a que se ponga el sol para irse con otro... Por eso siempre viajo con ellos", dijo uno, Abbas Alamin.

Pero su gesto es poco frecuente, e incluso el futuro del sector del ridehailing está lejos de estar garantizado, ya que muchos sudaneses optan ahora por renunciar por completo al transporte público y confiar en el autostop en su lugar.