El atentado del lunes tuvo lugar en Arbinda, en la provincia de Soum, que ha sufrido varias incursiones mortales por parte de militantes islamistas vinculados a Al Qaeda y al Estado Islámico que desde hace años tratan de hacerse con el control de una franja de terreno árido donde confluyen Burkina Faso, Malí y Níger.

El alcalde Boureima Werem dijo a Reuters que los insurgentes han estado atacando torres y bombas de agua en las últimas semanas, en una aparente nueva táctica.

En incidentes separados en el norte de Burkina Faso, al menos 15 personas, entre ellas 13 policías militares, fueron asesinadas en la provincia de Namentenga el domingo, dijo la policía militar, y el sábado, nueve personas murieron en un asalto a una mina de oro informal en la provincia de Oudalan, dijo una fuente de seguridad.

Una campaña de violencia ha matado ya a miles de personas y ha obligado a más de 2 millones a huir de sus hogares en la región del Sahel, al sur del desierto del Sahara. Las matanzas han persistido a pesar de la presencia de miles de tropas extranjeras, socavando la fe en los gobiernos elegidos en la región.

La frustración por la falta de control gubernamental provocó protestas en Burkina Faso que culminaron en un golpe militar en enero. Una junta militar en Malí tomó el poder en agosto de 2020.

La agitación en el Sahel comenzó cuando los militantes se apoderaron del norte desértico de Malí en 2012, lo que llevó a Francia a intervenir al año siguiente en un intento de hacerlos retroceder. Pero los insurgentes se han reagrupado en los últimos años y se han apoderado del territorio.