EL CAIRO/PUERTO SUDÁN, 14 abr (Reuters) - Tras huir de la guerra de Sudán a Egipto, Mohamed Ismail dice que sus ambiciones se limitan a llevar comida a la boca a sus cinco hijos con un escaso salario mensual de unos 100 dólares ganados en una fábrica de papel de Giza.

Un hijo de siete años duerme siempre en sus brazos debido al trauma que le causó escuchar las explosiones antes de que huyeran de las afueras de la capital sudanesa, Jartum, en enero.

Un año de guerra entre el ejército sudanés y las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) ha expulsado de sus hogares a más de 8,5 millones de personas, creando la mayor crisis de desplazados del mundo y desarraigando a las familias varias veces, mientras la población lucha por escapar a países vecinos que tienen sus propios problemas económicos y de seguridad.

Los problemas económicos han llevado a algunos a regresar a la capital, asolada por la guerra.

"Estar a salvo en algún lugar es lo más importante", afirma Ismail, de 42 años. "Ni siquiera pensamos en la educación porque la situación económica no lo permite. Como padre, eso te afecta mucho, pero no podemos hacer nada."

La guerra de Sudán estalló el 15 de abril de 2023, con el enfrentamiento entre el ejército, dirigido por Abdel Fattah al-Burhan, y las RSF, lideradas por Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti.

Los combates desgarraron la capital y desataron oleadas de violencia de origen étnico en la región occidental de Darfur, antes de extenderse a otras zonas, incluido el estado de Gezira, una importante región agrícola que se convirtió en un centro de ayuda donde muchos habían buscado refugio.

Cuando las RSF entraron en la principal ciudad del estado, Wad Madani, en diciembre, saqueando y ocupando barrios como habían hecho en la capital, muchos se vieron obligadas a exiliarse por segunda vez.

"LO PERDIMOS TODO"

Ahmed, de 50 años, que había huido con su esposa y sus cuatro hijos de la capital cuando comenzó la guerra, dijo que las tropas de las RSF los sacaron de un coche cuando intentaban escapar de Wad Madani para apoderarse del vehículo.

Se dirigieron al este, a al-Gedaref, donde su suegra, de 75 años, murió tras el arduo viaje de tres días. Luego pagaron a contrabandistas para llegar a Egipto, que suspendió la entrada sin visado para mujeres, niños y hombres mayores de 50 años, en un momento en que los sudaneses cruzaban la frontera en tropel el año pasado.

"Por culpa de Al-Burhan y Hemedti, nuestras vidas quedaron completamente destrozadas. Perdimos todo lo que teníamos", dijo Ahmed por teléfono desde El Cairo. Pidió ser identificado por su nombre, sin usar apellidos, para evitar problemas con las autoridades egipcias.

Más de tres millones de personas ya se habían quedado sin hogar en Sudán a causa de conflictos anteriores a la guerra actual, sobre todo en Darfur, donde las RSF y sus aliados han sido acusados de abusos generalizados en actos de violencia de los últimos 12 meses de los que han culpado a sus rivales.

Aunque algunas partes del país, el tercero más extenso de África por superficie, permanecen relativamente indemnes, muchos desplazados dependen de la caridad mientras las condiciones empeoran y casi 5 millones de personas se enfrentan al hambre extrema.

El sistema sanitario de Sudán se ha colapsado, permitiendo brotes de enfermedades como el sarampión y el cólera. Las agencias de ayuda afirman que el ejército restringe el acceso de la ayuda humanitaria, y lo poco que llega corre el riesgo de ser saqueado en las zonas controladas por las RSF.

SUFRIMIENTO EXTRAORDINARIO

Ambas partes han negado que obstaculicen los esfuerzos de ayuda. Pero sobre el terreno, las "salas de emergencia" --gestionadas por voluntarios y vinculadas a las redes prodemocráticas del levantamiento que derrocó al antiguo líder autocrático Omar al Bashir en 2019-- han tenido que proporcionar raciones mínimas de alimentos y mantener en funcionamiento algunos servicios básicos.

Ismail Kharif, un agricultor de 37 años que vive en un campamento para desplazados cerca de El Fasher, capital de Darfur del Norte, dijo que estos grupos corrían el riesgo de los combates y estaban sujetos a represalias por ambas partes si intentaban moverse, mientras estaban aislados de atención médica, suministros regulares de alimentos y redes telefónicas.

Al otro lado del país, en Puerto Sudán, decenas de miles de personas han buscado refugio bajo el control del ejército, pero se preguntan qué les espera.

"No puedes imaginar que un día vivirás así", dijo Mashaer Ali, de 45 años y madre de tres hijos, que vive en un centro de desplazados de la ciudad del mar Rojo. "¿Es esto la realidad?", dijo. "Es muy, muy difícil."

La guerra ha creado "una de las peores crisis humanitarias y de desplazamiento del mundo, y una de las más desatendidas e ignoradas prácticamente, aunque sus implicaciones, sus repercusiones y el sufrimiento de la gente son bastante extraordinarios", dijo en una entrevista Filippo Grandi, alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

Advirtió de que más refugiados sudaneses podrían dirigirse a Europa si no se proporcionaba ayuda.

La crisis de los desplazados continúa mientras la intervención de potencias como Emiratos Árabes Unidos e Irán corre el riesgo de prolongar el conflicto y desestabilizar la región en torno a Sudán.

Cientos de miles de personas han cruzado a Egipto, Chad y Sudán del Sur, y un número menor huye a Etiopía y la República Centroafricana.

Recientemente, las exportaciones de petróleo de Sudán del Sur, que pasan por Sudán y son una importante fuente de ingresos, sufrieron interrupciones debido a la guerra.

Eso provocó un aumento de los precios, dijo Imad Mohieldin, un guitarrista conocido en Sudán como Imad Babo, que lucha como otros para ganarse la vida en la capital de Sudán del Sur, Juba.

"Mi profesión y mi vida es la música... (pero) no hay lugar para la música en tiempos de guerra", dijo a Reuters por teléfono. "Ahora buscamos esperanza en lo desconocido."

(Reporte de Yazan Kalach en El Cairo, Khalid Abdelaziz en Dubai y El Tayeb Siddig en Omdurman y Port Sudan; información adicional de Gabrielle Tetrault-Farber, Cecile Mantovani y Nafisa Eltahir; redacción de Aidan Lewis; edición de Andrew Heavens; editado en español por Tomás Cobos)