La población de China se ha reducido en 850.000 personas en 2022. Se trata de un descenso relativamente pequeño, pero plantea interrogantes sobre el pico de población, que, según la ONU, debería alcanzarse en 2031-2032. Porque si el declive se confirma en los próximos años, los planes económicos y sociales previstos inicialmente por el Imperio corren el riesgo de verse socavados. Como ocurre en Japón, el declive y el envejecimiento de la población pueden repercutir en el coste de la mano de obra, que será más elevado. Las pensiones se encarecerán porque habrá más, y toda la competitividad del país podría verse afectada. 
 
Este declive demográfico revela una paradoja: la población disminuye a pesar de que la política del hijo único finalizó en 2015 y China ha adoptado desde entonces numerosas medidas incentivadoras para impulsar la natalidad. Entre ellas figuran la ampliación del permiso de maternidad, las ayudas a la vivienda por nacimiento, las subvenciones en forma de subsidios (como en Shenzhen, donde ascienden a 6.000 yuanes -890 dólares- hasta que el niño cumple 3 años), la introducción de prácticas para rebajar los desorbitados precios de las empresas de enseñanza privada, etc. 
 
Entonces, ¿por qué está bajando?  
 
Los chinos han tenido que hacer frente al aumento del coste de la vida, especialmente en 2022. La educación es más larga, pero esto se debe principalmente a que las últimas generaciones de chinos se han acostumbrado a crecer en familias pequeñas, y ahora el deseo de tener hijos es menor como consecuencia de la política del hijo único. 
 
Para que China vuelva a temblar, Xi Jinping tendrá que cambiar la forma de pensar de la gente y aportar buenas ideas para devolver a su población el gusto por la fertilidad. El crecimiento del país depende en gran medida de su capacidad para suministrar la mano de obra mundial: un descenso pondría en entredicho la capacidad de China para mantener su segundo puesto entre las potencias económicas mundiales.