El último ejemplo es New York Community Bancorp, cuya repentina quiebra ha vuelto a agitar el espectro de un cataclismo en el sector financiero estadounidense. NYCB no es la primera víctima del endurecimiento de la política monetaria y de las subidas de los tipos de interés, ni es probable que sea la última.

Sobre el papel, los resultados del banco podrían describirse como casi metronómicos: sólo un ejercicio deficitario en veinte años, con un beneficio anual de alrededor de un dólar por acción redistribuido sistemáticamente a los accionistas; una rentabilidad modesta pero estable a lo largo de los ciclos; una proporción de créditos morosos sistemáticamente baja; y unos ratios de capitalización dentro de la norma.

¿Había gato encerrado? Hace quince días, NYCB prescindió rápidamente de su Consejero Delegado, alegando procedimientos de control interno inadecuados; unas semanas antes, fue el Director de Riesgos quien se marchó a hurtadillas. El mensaje es claro para los que están acostumbrados a leer entre líneas: se estaba gestando un problema desde hacía tiempo, pero un esfuerzo concertado desde arriba luchaba por encubrirlo.

Sin embargo, el NYCB era visto más como un caballero blanco que como un pato cojo. El banco adquirió Flagster en 2022 y, con el apoyo y la bendición del regulador, los activos de Signature Bank hace casi exactamente un año. Combinadas, estas dos transacciones duplicaron el balance del banco en dos años.

La subida de los tipos de interés le provoca ahora una indigestión. El coste de los depósitos del NYCB se ha duplicado en doce meses, mientras que el valor de su cartera de préstamos se ha desplomado, en parte debido a la nueva legislación sobre inmuebles de alquiler regulado, una categoría a la que el banco está muy expuesto, lo que irónicamente se consideraba antes uno de sus puntos fuertes, como garantía de estabilidad.

En un mercado inmobiliario que se ha congelado, sus clientes no pueden hacer frente a la oleada de refinanciaciones que se avecina en los próximos tres años. Fue esta combinación de circunstancias la que sacó el primer cadáver del armario: en este caso, la admisión tácita de que el banco no había provisionado adecuadamente su riesgo y había ocultado sus fallos.

Un consorcio de inversores liderado por el ex secretario del Tesoro Steven Mnuchin -un especialista en el género, que ya se había distinguido con su rescate de IndyMac durante la crisis de las hipotecas subprime- acaba de recapitalizar NYCB con mil millones de dólares.

La apuesta tiene sentido, aunque sea arriesgada: el banco considera que tiene 2.500 millones de dólares de préstamos en riesgo de impago en su cartera de rentas reguladas, frente a una base de depósitos que se supone estable porque está en gran parte asegurada y colateralizada. En teoría, por tanto, la inyección de capital y el recorte de dividendos deberían permitirle hacer frente a la situación.

Sin embargo, en un contexto de tensión extrema, un segundo cadáver no debería salir del armario: la base de depósitos no lo resistiría, y el NYCB pasaría entonces de una situación de estrés a la insolvencia pura y simple.